Recuerdo como me gustaba de pequeña volar. Alzaba mis alas
al viento y surcaba el mundo con ellas. Era poderosa, invencible. Sin embargo,
a todos los ángeles de clase media-baja les quitan sus alas a los siete años.
El gobierno achaca eso a que las alas no son más que un adorno superficial, insignificantes
para la esencia de los ángeles. Todo el
mundo sabe que lo que gana el gobierno con eso es tenernos controlados, pero
nadie lo reconoce, pues tienen miedo de lo que les pueda pasar si lo hacen. Me
acuerdo perfectamente el día que me cortaron las alas. Fui de la mano de mis
padres hasta el hospital. Ese día había mucha gente. Normal, como yo, muchos
niños iban a que les cortaran las alas. Me coloqué en la cola y esperé a que
llegara mi turno. De repente, se oyó a un hombre gritar por el camino. “Me
podréis quitar mi casa, mis alas, mi familia incluso, pero nunca me quitaréis
las ganas de volar”: dijo. Después lo encerraron rápidamente en una habitación.
Esas palabras se me quedaron grabadas en mi cabeza. Mi turno llegó. Me durmieron. Cuando desperté
noté el vacío de mis alas. Ya no podía surcar el cielo, solo desplazarme
caminando. Me sentí aprisionada, pequeña, débil. Desde ese día mi sueño fue
volver a surcar los cielos.
Me empecé a interesar en la mecánica. Desarrollé artilugios
mediante cacharros rotos que encontraba por la calle. Un día comencé a diseñar
alas. Me costó mucho trabajo encontrar una estructura adecuada. Había muchas
complicaciones, pero lo terminé consiguiendo. Ese día fui al campo, lejos de la
ciudad. Ese día volví a sentir lo que hace mucho tiempo no sentía. Ese día
volvía a volar. Volví a sentir la brisa acariciar mi cuerpo. A sentir un
cosquilleo en mi interior cada vez que descendía a toda velocidad hasta casi rozar
el suelo. Volví a sentirme gigante y poderosa al observar el paisaje desde las
alturas. A partir de entonces desarrollé cientos de estereotipos de alas
mecánicas. También fui todos los días que podía al campo para volar. Volví a
sentirme libre.
Sin embargo, un día alguien me pilló. Me mandaron ir al
tribunal de justicia. Me sentí minúscula cuando entré y me vi acorralada por
los cientos de ojos que me observaban desde las alturas del parlamento, con sus
imponentes alas desplegadas, en señal de superioridad. Me situé en el centro de
la sala. Una cámara grababa todo lo que ocurría. Eso significaba que muy
probablemente ya me habían dado por muerta. A veces graban juicios en los que
saben que los inculpados van a perder. Sirven para escarmentar al pueblo.
Ignoré todo aquello que decían. Me acordé de aquel hombre del hospital. El juez
me dio el turno de palabra. Entonces me acerqué a la cámara que grababa todo y
dije en voz alta:
“Que nunca os quiten vuestras alas, las ganas de volar.
Volad más alto que ellos, que nunca os puedan alcanzar. Que nunca os quiten
vuestros sueños, las ganas de soñar. Esas son vuestras verdaderas alas, las que
nunca os podrán quitar. Soñad, soñad siempre y vuestros sueños se harán
realidad.”
Y entonces unas alas mecánicas salieron de mi cuerpo. Alcé el
vuelo, escapé del parlamento rompiendo una de las ventanas y surqué los cielos
hasta perderme en la infinita inmensidad de ellos.
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