7 de diciembre de 2014

Con el lento avance de las agujas del reloj nuestras vidas van cobrando sentido.

Hace poco comprendí uno de los misterios más grandes del universo: el tiempo.

¿Qué es el tiempo? Podríamos definirlo, pero realmente no lo entenderíamos. No podemos comprenderlo, solo intuirlo, porque no existe. Es solo una creación humana para explicar la realidad, para facilitarnos la vida.

El tiempo nació el día en el que el ser humano lo creó, desde entonces viajó a lo largo de la historia, porque nosotros le dimos esa propiedad. Le dimos, además, la propiedad de dividir nuestras vidas, de crear un antes, un después, y un ahora que ya es pasado, de mediante una ínfima franja separar lo que es de lo que será; de regir nuestras vidas, de depender constantemente de él. Esto puede ser tedioso para nosotros. Nuestra propia creación nos gobierna, además de fastidiarnos cuando desea. Los buenos ratos los pasa rápidamente y los malos, los ralentiza hasta llegar a parecernos eternos.


Es por eso que debemos aprender a convivir con él: soportarlo en aquellos momentos molestos, disfrutar de él en los instantes en los que nos es agradable y aprovecharlo al máximo. Al fin y al cabo nuestro afán por aprovechar el tiempo, es aquello que pone rumbo a nuestras vidas, nos ayuda a seguir cuando estamos desganados, pues sabemos que algún día no podremos hacerlo.

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