11 de marzo de 2015

La puerta

Estaba muy callada cuando vino su hermana. Llevaba así desde la mañana y no dejaba de mirar esa puerta cada vez que pasaba por delante de ella. ¿Qué habría detrás? Su madre le tenía prohibido mirar a dentro. Y cada vez que nombraba esa estancia su madre se ponía nerviosa. Además, para asegurarse de que nadie abriese esa puerta su madre guardaba una llave que abría tal puerta.

Una vez, consiguió la llave y decidió averiguar el secreto que escondía esa puerta. Pero cuando se disponía a abrirla, su madre aparecida de la nada, la frenó y ella soltó la llave y se fue corriendo a su cuarto.

Cada vez que pasa por delante, oye gritos lejanos y agonizantes, susurros, vientos que sisean y alguna vez le pareció escuchar sonidos de pasos. La última vez que los oyó eran lejanos y llevaban un ritmo lento y pausado. De pronto, aquellos pasos aceleraron su frecuencia. Alguien estaba corriendo dentro de esa habitación. Se oían cada vez más cercanos, se estaban acercando a la puerta. Oyó el ruido del pomo al girarse. Pero luego, en vez de abrirse la puerta, todo se quedó en silencio. Ella se acercó a la puerta. Pegó su cuerpo a ella y su oreja izquierda. Luego, dijo “¿hola?”.
La puerta tembló. 
Se apagaron las luces.
Sintió un aire frío.
Oyó un cristal roto detrás de ella, a la altura de su nuca.
Una presencia.
En medio del pasillo en penumbra.
Se giró.
Nadie.
Súbitamente, apareció una sensación de calidez y se desvaneció la impresión de que un ser incorpóreo se encontraba a sus espaldas. Sin pensar ni un segundo más en ello, se dirigió a reactivar la corriente. Mientras caminaba comenzó a sentir pequeños, puntiagudos y cortantes relieves bajo sus pies. A cada paso que daba sonaba un cristal clavándose en su piel, lo cual le provocaba dolores insoportables en las plantas de los pies. Estaba todo oscuro, No veía el suelo así que, no tenía forma alguna de evitar aquellos cristales. Además, daba la impresión de que no hubiese un centímetro de suelo libre de esos cristales infernales. Por ello, siguió caminado, a pesar de su dolor.

Por fin llegó al interruptor general, lo accionó y todas las luces volvieron a la vida. Sentía como si le sangrasen los pies. Los miró y para su sorpresa estaban intactos. Echó una mirada furtiva al suelo el cual estaba reluciente y llano.
Al fin un día su madre se ausentó olvidándose la llave en casa. En cuanto se cerró la puerta, ella acudió al salón y tomó la llave que se encontraba encima de un mueble.
Se dispuso a descubrir lo que escondía aquella puerta.


La abrió. Su interior le sorprendió.
Sintió terror, pavor. 
Pero dio dos pasos y la puerta se la tragó para siempre. 

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