15 de noviembre de 2014

La grandeza de lo desconocido

Nota de la autora: 
Quizás esta historia sea difícil de comprender. Sobretodo si lo imagináis desde una perspectiva ajena a las pequeñas criaturillas protagonistas de la historia. A si que, os animo a que lo leáis tranquilamente, y desde la perspectiva del pequeño pueblo eboniano.


En lo más profundo y frondoso del bosque, había un pozo. Dentro del él, en sus aguas, flotaba una gran hoja de roble donde habitaban unos pequeños seres llamados ebonianos. Los ebonianos generaron una gran comunidad, se desarrollaron rápidamente y realizaron hallazgos increíbles y asombrosos. Un pequeño eboniano, llamado Colombín, fue el primero en pisar una tierra nueva a la que llamaron la Nueva Hoja. Otro pequeño eboniano, llamado Fernandín, descubrió que el mundo era plano y su límite eran unas paredes infranqueables que  formaban un círculo. Más tarde, un pequeño eboniano, llamado Neilín, cumplió el sueño de todo eboniano: llegar a pisar la gran superficie colgante a la que ellos llamaban Cubuna. Los ebonianos querían llegar más lejos. Querían llegar hasta el montón de hojas que se situaba encima de ellos. 

Sin embargo, llegaron a la conclusión de que estaba tan lejos, que en realidad lo que ellos veían no era realidad, si no un espejismo provocado por las hojas que se encontraban en el fondo del mundo. Más tarde, al ver que caían hojas al agua del mundo, se dieron cuenta de que esa teoría fallaba y no podía ser cierta. Asi que, desarrollaron otra. El universo estaba formado por un espacio cilíndrico -en cuyo fondo había un medio acuoso que era donde se situaban actualmente- y miles de hojas que muy lentamente se iban hundiendo en ese medio acuoso hasta reaparecer arriba del espacio cilíndrico y volver a caer en el medio acuoso. Siguieron pensando eso durante miles y miles de años ebonianos. Creían que esa era una teoría irrefutable. Sí, eso creían, porque un día vieron que la Cubuna se empezó a mover. El pueblo eboniano estalló en caos. “¡Es el fin del mundo!”: pensaban asustados. Cubuna cayó en el agua y arrastró a las hojas colonizadas por el pueblo eboniano hasta dentro de ella. Lentamente los ebonianos subidos en la Cubuna, fueron ascendiendo por el espacio cilíndrico hasta llegar a un espacio inmenso, lleno de cosas gigantes y desconocidas. Después, todo ese mundo fue cubierto por un enorme ser desconocido. El ser pareció fijarse en ellos. Cogió las hojas y las metió dentro de unos frascos. El pueblo eboniano estaba dividido. Unos pensaban que aquel ser era el Dios todopoderoso llamado Ebonio, mientras otros creían que aquel ser se trataba de un alienígena de otro mundo mucho más desarrollado, y algunos seguían creyendo que aquello se trataba del fin del mundo y que aquel ser solo les conduciría a su muerte. Todos los poderosos del pueblo eboniano se reunieron y decidieron que debían tratar de comunicarse con aquel ser, fuera quien fuera. 

Más tarde, cuando aquel ser abrió el frasco, los ebonianos usaron un dispositivo para amplificar enormemente el sonido y empezaron a hablar. “Hola ser”: dijeron. El ser parecía sorprendido. Sin embargo, dijo: “Hola”. Poco a poco los ebonianos fueron comunicándose con ese ser, que al parecer se llamaba Tomás, y pertenecía a la raza humana. Tomás respondió a todo lo que los ebonianos preguntaban. Les tuvo que repetir varias veces que en ningún momento tuvo la intención de matarlos, ni que era el Dios todo poderoso llamado Ebonio. Les explicó cómo estaba formado el universo y los pequeños ebonianos se quedaron sorprendidos de lo confundidos que estaban. Sin embargo, cuando les dijo que todo aquello terminaba al llegar al límite de una esfera que se expandía cada vez más, los ebonianos se rieron. Le dijeron que al igual que ellos creían que solo existía aquel espacio cilíndrico y estaban tan equivocados, el pueblo de Tomás también lo estaba, y que aquella parte que ellos consideraban finita, en realidad se trataba de una cosa pequeña que formaba parte de algo mucho más grande.

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